Halloween Love - Capítulo 3.
Halloween Love
Por: Dirk Kelly
Capítulo 3 – El linaje y la luz
La niebla del bosque parecía más espesa esa noche, envolviendo los troncos como un manto de seda húmeda. Las ramas crujían suavemente, como si el viento arrastrara susurros en lenguas antiguas, nombres que solo los muertos recordaban. En el resort Cabañas Thornewood, las luces eléctricas habían sido sustituidas por velas, no por necesidad, sino por estética… o tal vez por una intuición compartida, un deseo de invocar algo que dormía entre las sombras. El aire olía a madera encendida, a perfume y a piel.
Era el último día de producción. 10 de octubre. Las cámaras, los reflectores y el equipo de Love Lub se preparaban para la toma final: una secuencia sensual entre fuego y penumbra, para cerrar la campaña de Halloween destinada a medios digitales y televisión. Pero esa noche algo vibraba distinto. Arnold lo sintió incluso antes de que el director diera la señal. Un escalofrío subió por su espalda, no de miedo, sino de emoción por reconocimiento de lo que venía. La niebla se movía con un pulso propio, y entre las luces vacilantes, una figura empezó a formarse… primero un contorno, luego un rostro, luego unos ojos que lo miraban con ternura y fuego.
Elías Thorne.
El brujo. El fantasma. El amante.
Visible al fin, como si la cámara misma lo hubiese invocado del otro lado del velo.
Arnold contuvo la respiración. La escena seguía grabando, el equipo seguía trabajando, pero para él, el tiempo se había detenido. La niebla se cerró en torno a ambos, y mientras las velas titilaban con el viento, los dos mundos —el de los vivos y el de los que aman más allá de la carne— comenzaron a fundirse una vez más, ante el ojo de la cámara.
La niebla se espesó justo en el momento en que la cámara principal capturaba el plano más íntimo y atmosférico del video con Arnold en primer plano. Un destello cruzó la lente, como si un relámpago silencioso hubiera atravesado el set. Las luces titilaron, los micrófonos recogieron un murmullo grave —algo entre un suspiro y una palabra—, y por un segundo, la figura de Arnold pareció duplicarse en el monitor. Mateo, el productor, soltó una risa nerviosa.
—Debe ser una interferencia, o el humo de las velas —dijo, intentando sonar tranquilo.
Camila, la directora creativa, lo observó con una mezcla de asombro y deleite.
—Sea lo que sea… se ve hermoso. Es como si alguien más estuviera ahí con él.
Nadie respondió, pero todos sintieron lo mismo: el aire se había vuelto casi eléctrico, cargado de una sensualidad inexplicable, una energía que vibraba más allá del lente.
Minutos después, las cámaras se apagaban. El equipo de Love Lub celebraba con vino caliente y risas suaves. El último video había quedado perfecto, casi mágico. Nadie se atrevió a mencionar en voz alta la sombra luminosa que se había colado en la toma.
Pero Arnold Vega no estaba entre ellos.
Se había retirado temprano a su cabaña, sintiendo que algo lo llamaba. El aire tenía un peso distinto. No era miedo. Era expectativa.
Y en algún lugar entre la niebla y la madera, esa voz antigua lo pronunció de nuevo por su nombre.
Se desnudó completamente como cada noche, no por costumbre, sino por ritual. Se sentó en el borde de la cama, el cuerpo firme, la piel tibia, la respiración lenta. La habitación estaba en penumbra, y el humo de la chimenea flotaba como un velo entre mundos.
El sueño llegó sin aviso.
Arnold se encontraba en un cuarto sin paredes, envuelto en niebla. Desnudo, sentado sobre un banco de madera, su cuerpo brillaba con una luz tenue, como si el deseo sexual lo iluminara desde dentro. Frente a él, El Brujo apareció: con su belleza ruda, aunque suave al mismo tiempo, etéreo, con ojos que contenían siglos. Su rostro era sereno, pero su presencia era intensa.
El brujo se acercó, y sin tocarlo, lo envolvió. El aire entre ellos se volvió denso, cargado de electricidad y ternura. Arnold sintió que su cuerpo se duplicaba, como si una parte de él se elevara, flotando sobre la escena. Era un sueño dentro del sueño. Un deseo que se miraba a sí mismo.
El brujo lo miró con reverencia.
—Tu cuerpo es templo. Tu deseo, brújula. No temas lo que eres. Ámalo.
Y entonces, sin palabras, lo guió en un éxtasis contenido, donde cada respiración era una confesión, cada roce una revelación. No hubo placer físico violento. Solo belleza. El placer era lento y era espiritual, ademas de carnal como si el alma se expandiera con cada latido.
Al despertar, Arnold tenía lágrimas en los ojos. No por tristeza. Por emocion, por placer y gratitud.
Salió al porche, envuelto en una manta. El amanecer comenzaba a pintar el bosque con tonos dorados. Allí, esperándolo, estaban los dueños del resort: una pareja mayor, de mirada cálida y gestos pausados.
—Sabemos que lo viste —dijo ella, sin rodeos.
—Él es parte de nuestra sangre —agregó él—. Un ancestro que no se fue. Solo cambió de forma.
Arnold asintió. No necesitaba explicaciones. Lo había sentido.
—Gracias por cuidarlo —dijo.
—Gracias por dejarte cuidar —respondieron.
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Entre el 11 y el 30 de octubre, Cabañas Thornewood vivió un resplandor extraño, como si el otoño hubiese decidido quedarse quieto para mirar. El equipo de Love Lub trabajaba durante el día entre risas, tazas de café humeantes y el reflejo dorado del bosque; por las tardes paseaban por el lago, revisaban métricas, respondían mensajes y celebraban el inesperado éxito de la campaña Halloween Love, que se propagaba por las redes como un hechizo moderno. Todo parecía ordenado y feliz.
Pero cada noche, cuando el silencio descendía sobre el resort, el mundo cambiaba.
Arnold y Elías se encontraban.
El hombre y el espectro. El fantasma.
El cuerpo y el eco.
No había miedo entre ellos, solo esa necesidad callada que se convierte en confesión. Arnold lo veía aparecer entre la penumbra y la bruma, envuelto en un resplandor que no hería la vista; sentía cómo la presencia de Thorne lo despojaba del día y lo dejaba desnudo de certezas. Sus encuentros eran de fuego contenido y palabras apenas dichas; cada roce, cada respiración compartida era un aprendizaje. Elias era maestro y espejo, una guía hacia una verdad que Arnold nunca se había permitido nombrar. En esos besos que parecían sueño y rito, él comprendía que su deseo no lo hacía menos: lo hacía real.
Mientras tanto, en una de las cabañas, Camila y Mateo discutían el futuro de la campaña entre copas de vino. Leo, el representante de Arnold, hojeaba cifras en su tableta con una sonrisa de incredulidad.
—Esto es una locura —decía Camila—. Las visualizaciones y difusiones se duplicaron en una semana. Halloween Love se ha vuelto tendencia global.
Mateo asentía, mirando por la ventana la neblina que se alzaba sobre el lago.
—Y todo empezó aquí. Con esta atmósfera… con este lugar.
Leo añadió, casi soñando en voz alta:
—La dirección quiere repetir. Love Lub planea algo nuevo para febrero: "Valentine Love". Quieren a Arnold, por supuesto, pero también una figura femenina. Una atleta o modelo del fitness que yo represente. Quieren sensualidad, romance… y este mismo aire de misterio.
Los dueños del resort brindaron esa noche junto a ellos, felices por la atención que Cabañas Thornewood estaba recibiendo. Nadie podía explicarlo del todo, pero todos sentían que el lugar tenía algo… una magia sutil que parecía impregnar cada toma, cada imagen, cada sonrisa capturada por la cámara.
Y así transcurrieron los días, entre trabajo y asombro, entre el éxito y la bruma, hasta que llegó el 31 de octubre.
La fecha en que todo terminaría —o comenzaría de nuevo— bajo la mirada ardiente del brujo que amaba más allá del tiempo.
Y así, noche tras noche, Arnold aprendió a habitar ese umbral entre la vigilia y el delirio, donde el tacto de Elias era plegaria y fuego. Sus cuerpos —uno hecho de carne, el otro de energía y espiritú— se buscaban con la calma de quienes ya se habían amado en otra era. Cada encuentro era una despedida anticipada, cada amanecer, un eco de promesas que no podían durar.
Por eso, cuando el calendario marcó el 31 de octubre, el aire pareció espesar su luz; el bosque respiraba distinto, y hasta el silencio del resort tenía un pulso propio.
Esa noche el equipo de Love Lub hizo una fiesta de Halloween, los dueños de Cabañas Thornewood estaban presentes, también Arnold pero este otra vez los dejo pronto... Iba al ultimo encuentro con El Brujo.
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Arnold abrió la puerta de la cabaña, y el silencio lo envolvió como un abrazo. Las velas se encendieron solas, una a una, y la brisa arrastró un aroma a tierra húmeda y madera antigua. Thorne estaba allí, esperándolo, envuelto en una luz tenue que parecía latir con su respiración. No había sombras esta vez. Solo dos presencias, dos cuerpos que se reconocían más allá del tiempo.
El brujo lo miró sin decir palabra, y Arnold supo que era una despedida. Aun así, cuando sus manos se encontraron —una viva, otra hecha de memoria—, el deseo los unió como un río que vuelve al mar. La piel de Arnold ardía bajo una caricia que no pesaba, pero lo traspasaba; la voz de Elías Thorne era un viento que murmuraba su nombre con dulzura y poder. El mundo se desdibujó: solo quedaron ellos, respirando el uno dentro del otro, confundiendo placer con fe, cuerpo con alma.
La noche del 31 de octubre los vio fundirse entre luz y penumbra, sin promesas ni cadenas, apenas un pacto silencioso entre dos hombres que no se amaban completamente, pero se comprendían en el deseo. Thorne sonrió antes de desvanecerse, dejando en el aire un calor persistente, un eco de labios que nunca se olvidarían.
Arnold, temblando de placer postorgasmico, quedó tendido entre sábanas tibias, mirando el techo donde aún danzaban sombras doradas. Sabía que era el final, y sin embargo, no lo sentía como pérdida. Era una presencia distinta: la certeza de que en algún lugar, más allá de toda carne y frontera, Thorne seguiría esperándolo… no solo como amante, sino como el único hombre capaz de despertar en él aquello que sólo Elias Thorne había liberado: el fuego de ser, sin miedo, exactamente quien era.
El cuerpo seguía siendo el mismo. Pero el alma… El alma había aprendido a desear sin miedo.
Mientras tanto, en una cabaña cálida con luz del amanecer colandose por las ventanas, los ancianos dueños desayunaban en silencio. Clara Thorne, de cabello blanco y mirada de bosque, sirvió vino en copas de cristal. Su esposo, Silas Thorne, acariciaba la madera de la mesa como si leyera su historia.
—¿Crees que Elías lo eligió? —preguntó Clara.
Silas sonrió.
—Elías no elige. Él reconoce.
Clara levantó su copa.
—Entonces Arnold no vino por trabajo. Vino por destino.
Silas asintió.
—Y el destino, cuando se dibuja con deseo, no se borra — dijo.
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En lo profundo del bosque de Prescott, donde las hojas crujen como suspiros y la niebla se posa como un recuerdo, Elias Thorne caminaba entre los árboles. Su figura era apenas visible, envuelta en un abrigo largo que parecía tejido con sombras. Aunque su cuerpo no envejecía, su alma llevaba siglos de historia.
Esa noche, ademas de pensar en Arnold, Elias pensaba en Salem, en el día en que lo colgaron por amar demasiado, por saber demasiado, por no temer. Recordaba el rostro de Maeve, su esposa, embarazada, huyendo entre gritos y antorchas, protegida por su hermana Brigid, que la llevó lejos del infame pueblo famoso por esa histórica cacería de brujas.
El linaje sobrevivió. Cruzó generaciones, desiertos, montañas. Y ahora, sus descendientes vivían en paz, custodiando el resort donde Elias Thorne, El Brujo, aún caminaba, invisible para algunos, esencial para otros.
Mientras tanto, a cientos de kilómetros, Arnold Vega caminaba por la playa frente al motel La Sirena y El Diablo, con los pies descalzos y el torso desnudo, sintiendo el viento como caricia y castigo. El mar, igual que la noche, era oscuro, pero no hostil.
Pensaba en su vida: millones de seguidores, contratos, rutinas, cuerpos admirados, incluyendo el suyo. Pero en el fondo, no había amor verdadero de pareja. No había amistad que no se desvaneciera tras una pantalla. Y sin embargo, algo había cambiado. Desde el bosque. Desde Elias. Desde los sueños vueltos realidad. Ahora sabía que el deseo no era solo físico. Era búsqueda. Era espejo. Uno que siempre compartiria con Elías Thorne.
Esa noche afuera del resort de cabañas, el bosque susurraba. Y afuera en el motel de la playa, Arnold cerraba los ojos.
Y en el aire, entre ambos mundos, Elías caminaba, guardián de lo invisible, testigo de lo que está por venir.
FIN

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