El Granjero del Vizconde - Capítulo 1.



El Granjero del Vizconde.

                     Por: Dirk Kelly.


Capítulo I – Encuentro Bajo la Lluvia.


Wycliffe, Yorkshire, Inglaterra, año 1320.


La lluvia caía como si los cielos lloraran un viejo secreto. Las colinas verdes de Wycliffe se curvaban bajo la tormenta, y el galope del caballo rompía el silencio húmedo con fuerza creciente. Angela Ravenshire sostenía con firmeza las riendas, los rizos castaños empapados adheridos a su rostro, y la tela de su vestido de montar pegada como una segunda piel.


Cabalgaba sola, desobedeciendo al cochero, al protocolo y a la voluntad de su padre. Y lo sabía. Pero aquel impulso salvaje, nacido de la lectura de un poema prohibido bajo las sábanas de su lecho, la empujaba. Deseaba sentir el mundo más allá de los muros dorados.


Entonces, el relincho. El desliz. La caída.


El barro recibió su cuerpo con la frialdad de la tierra que no conoce nobleza. El caballo huyó. Y ella, aturdida, rodó hasta detenerse cerca de un seto. Su vestido desgarrado por la caída dejó al descubierto el corsé roto y, más allá, sus pechos prominentes y temblorosos. Jadeaba, confundida. No por el dolor, sino por la sensación cruda de vulnerabilidad.


—¡¿Está viva?! —la voz masculina llegó como un trueno distinto. Profunda, grave, terrenal.


Jonathan Thorne emergió de entre las sombras de un granero, cubierto por una capa de lana mojada, con el heno aún entre los rizos dorados. Sus ojos verde bosque se clavaron en ella... y bajaron, con involuntaria intensidad, hacia su pecho expuesto.


Angela notó la mirada. No se sintió ofendida. Se sintió deseada, por primera vez no como una estrategia, sino como una mujer de carne y fuego.


—Estoy... estoy bien —susurró, intentando cubrirse. Sus dedos temblaban. Jonathan se quitó la capa y se la tendió sin una palabra más.


La envolvió con cuidado, evitando mirarla de nuevo, aunque cada célula de su cuerpo ardía. El roce de su piel con la suya bastó para estremecerla.


—¿Dónde vive? ¿Dónde está su gente? —preguntó él.


—Soy... Angela. Ravenshire —respondió, apenas.


Jonathan se quedó inmóvil. Retrocedió un paso. El aire cambió.


—La hija del vizconde.


—Sí.


Un silencio tenso se interpuso entre ambos. Solo el crepitar de la lluvia, el murmullo de las ramas. Jonathan desvió la mirada. Sabía que no debía mirarla con deseo. Pero ya era demasiado tarde.


—Debo llevarla de regreso. —Su voz era seca, forzada.


—No aún —dijo ella, con un atrevimiento apenas disfrazado por la bruma de la tormenta.


Él no respondió. Solo se acercó a su caballo, lo ensilló, la ayudó a montar con sus brazos fuertes, tocando con reverencia muda su cintura.


Durante el camino de regreso, ninguno habló. Pero ambos supieron que algo había nacido. Algo que ni el barro, ni la sangre azul, ni el tiempo podrían enterrar.


Y al llegar al portón de Ravenshire Hall, antes de que los criados salieran corriendo a auxiliarla, Angela giró la cabeza.


—Gracias, granjero.


—Jonathan. Me llamo Jonathan.


Ella sonrió con una dulzura peligrosa.


—Entonces, gracias... Jonathan.


Y desapareció entre las antorchas, dejando al joven campesino con las manos húmedas y el corazón desbocado, sabiendo que algo en su mundo simple acababa de romperse.


Continuará...



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