El Granjero, la Hija del Vizconde y la Condesa - Capítulo 5.



El Granjero, la Hija del Vizconde y la Condesa.

                     Por: Dirk Kelly


Capítulo V: El Altar de la Sangre y la Flor de los Deseos.



Las campanas de la iglesia no repicaban desde la muerte de Cedric Blackthorne. Nadie se atrevía a tocarlas, como si temieran que su sonido atrajera más desgracias. En la casa de los Thorne, la tensión era casi palpable: los ojos de Clarimond estaban más oscuros, más húmedos, más llenos de una extraña melancolía… y su sombra parecía separarse un poco de su cuerpo al caer la tarde.


Angela, por su parte, no podía dejar de pensar en lo ocurrido. Cada vez que cerraba los ojos, sentía en los labios la tibia y suave piel de los pechos de su prima. Recordaba con espeluznante nitidez el momento en que la vio entrelazada con Carmilla, jadeante, perdida, convertida en una ofrenda de deseo y sumisión.


Esa noche, al volver a su alcoba, Angela estaba alterada, su cuerpo vibrando con una mezcla de deseo sexual, culpa y una especie de hechizo que no podía nombrar. Caminaba descalza por la habitación, apenas cubierta por su bata. Se acercó al espejo y se desnudó lentamente, como si alguna fuerza invisible la estuviera observando desde el cristal.


Fue entonces que Jonathan entró.


Se detuvo un segundo al verla, desnuda frente al fuego, el cabello suelto, los pezones duros, la respiración agitada.


—Angela… —dijo apenas, sintiendo cómo algo lo jalaba hacia ella.


Ella se volvió, y sin una palabra se le acercó. Lo abrazó. Se frotó contra él. Le besó la boca, los pómulos, el cuello. Le desabotonó la camisa con torpeza. No hablaban, pero todo lo que se decían estaba en las miradas. Angela estaba encendida. Como nunca antes.


Él la levantó en sus brazos, pero ella lo empujó contra la pared. Lo deseaba de pie, como una bestia, como si dentro de ella palpitara un hambre nueva.


Jonathan gimió cuando ella lo montó, su sexo deslizándose cálido, húmedo y apretado sobre el de él. Angela gemía, se movía con una violencia suave, desesperada, su boca buscando el cuello de su marido, sus uñas clavándose en su espalda. La madera crujía. Las velas titilaban. Él acariciaba sus senos, los apretaba entre sus manos mientras ella los ofrecía, como si aún fueran parte de un rito no terminado.


Y entonces Jonathan comprendió.


—¿Qué te hizo? —susurró, aún dentro de ella, aún temblando—. ¿Fue ella? ¿Fue Carmilla?


Angela no respondió. Su cuerpo tembló. Y él también. Ambos llegaron al clímax, abrazados, confundidos, extasiados y asustados.

---

Al amanecer, Linus Van Helsing se preparó. Se colocó la cota de malla, la capa de cuero negro con la cruz de la Orden de la Espina Dorada, y afiló la estaca de fresno bendecido. Angela lo vio desde la puerta, aún con el aroma de la pasión impregnado en su piel. Pero ya no era pasión lo que latía en su pecho. Era miedo.


—No la matarás, ¿verdad?


Linus la miró largo rato.


—No esta noche. No aún. Pero hay que detenerla. O pronto no quedará nadie en Whitby que no le pertenezca.



La abadía de Whitby estaba silenciosa. Carmilla esperaba sobre el altar derruido, desnuda bajo la luna. Clarimond, también desnuda, yacía a sus pies como una sacerdotisa entregada a un rito oscuro. Carmilla le acariciaba el pelo, le hablaba en lengua antigua. La sangre de Cedric aún manchaba las piedras.


Linus y Jonathan llegaron juntos. El viento soplaba con fuerza.


—Ya llegaron los cruzados cristianos—dijo Carmilla con sorna—. Los hijos de un mundo que se está muriendo.


Linus alzó su cruz. Jonathan solo miraba a Clarimond, pálida, hermosa, perdida.


—¡Clarimond! —gritó—. ¡No es tarde!


Ella alzó la vista. Sus ojos brillaban rojos. Pero aún, en el fondo, quedaba algo humano.


—Jonathan… no sabes lo que se siente… Ella me ve. Me desea. Me ama sin condiciones.


Linus corrió hacia Carmilla, pero esta, con una risa ligera, se desvaneció entre nieblas. La daga cayó de su mano. Clarimond jadeó. Carmilla volvió a aparecer tras ella, la envolvió con su cuerpo y la besó en la boca frente a los dos hombres.


—No podrán detenerme. No aquí. No ahora.


Jonathan se acercó, lentamente.


—Pero puedes dejarnos ir. Puedes elegir.


Carmilla lo miró, un destello extraño en sus ojos.


—¿Crees que no me duele el amor? También yo fui humana. También yo sangré por alguien que nunca me correspondió.


Dejó a Clarimond en el suelo. Se le acercó. Lo besó en los labios. Fue un beso breve, amargo y dulce como vino negro.


—Llévatela. Por ahora— dijo Carmilla.


Linus quiso intervenir, pero Carmilla desapareció como polvo en el viento.


Días después, en la casa donde estaban ahora, Angela leía un libro antiguo hallado en el fondo de un baúl heredado por Lord Winston Wycliffe, un texto olvidado en latín: "De sanguine et nocte". Allí leyó por primera vez el apellido Karnstein. Y supo que aquello no había terminado.


Jonathan y Angela decidieron quedarse unos meses en una propiedad de Winston Wycliffe antes de regresar a Dorset, y ahí  trabajaban la tierra como antes. Pero sabían que algo había cambiado.


Clarimond dormía durante el día. Salía por las noches. Se bañaba desnuda en la playa, miraba la luna con devoción. Era libre… pero ya no era completamente humana.


Y en el corazón de la colina, Carmilla dormía, esperanzada. Sabía que pronto, siglos después, otro mundo nacería. Uno donde nuevos corazones rotos y llenos de deseos recordarían su nombre.


FIN 



Nota del Autor:


La oscuridad siempre ha estado entre nosotros. A veces se viste de deseo. A veces se oculta en los rincones del alma. Y otras veces, sencillamente… sonríe, seductora, tras la cortina de terciopelo de lo imposible.


El Granjero, la Hija del Vizconde y la Condesa nació como una secuela directa de El Granjero del Vizconde, pero pronto dejó de ser solo una continuación romántica. Se convirtió en una puerta. Una grieta por la cual se cuela un mundo más amplio, más antiguo, más voluptuoso y oscuro: un universo donde el amor y el horror se entrelazan, donde los nombres se repiten en distintas generaciones, donde los suspiros de una granja en Dorset pueden resonar siglos después en las criptas de Whitby.


Esta novela corta es también un humilde homenaje a dos pilares góticos que han influido profundamente en mí: Carmilla de Sheridan Le Fanu y Drácula de Bram Stoker. Pero más allá del homenaje, esta historia buscó explorar algo íntimo: cómo el deseo —ya sea de otro cuerpo, de otra vida o de otra eternidad— puede abrirnos a la verdad o condenarnos dulcemente.


Los ecos de Carmilla Karnstein, de los Wycliffe, de los Van Helsing, de Drácula no terminan aquí. Ya vibran en otras historias que escribo en paralelo: El Jardín de los Secretos Sombríos Sombras de un Invierno Eterno (ambientadas en 1899), Bruma Carmesí (en 1897) y La Heredera de las Sombras (en 1872). No son spin-offs… pero conversan en susurros. Se miran de reojo. Comparten la niebla, la sangre y los secretos.


Gracias por leer con el corazón latiendo fuerte.


Gracias por dejarte seducir por las sombras, el erotismo y el romance.


– Dirk Kelly

Septiembre 7, 2025... Whitby, Dorset, Wycliffe, San Salvador... y más allá.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Maldición de la Rosa Carmesí - Capítulo 1.

El Granjero del Vizconde - Capitulo 3.

El Granjero, la Hija del Vizconde y la Condesa - Capítulo 1.