Lujuria en Versalles, Amor en Cataluña - Capítulo 6.
Lujuria en Versalles, Amor en Cataluña
Por: Dirk Kelly
Capítulo VI – Promesas entre sábanas
La mansión catalana dormía bajo la calma de la medianoche. El eco distante de un canto popular se apagaba en las colinas. Los corredores, tibios por las velas recién extinguidas, aún guardaban el olor de piel caliente y vino derramado.
Pierre e Isolde:
En la alcoba alta, el mosquetero yacía con el torso desnudo, las sábanas a la altura de la cadera. Isolde respiraba rápido mientras se recogía el cabello rubio y ondulado, su pecho subiendo y bajando con restos de placer reciente. Sus pezones erectos otra vez. Aún tenía las mejillas encendidas, y entre los muslos le temblaba el recuerdo de él.
Pierre deslizó su mano por la curva de su espalda y besó su hombro.
—Ya no soy solo un soldado errante, mi amada —dijo en voz baja—. Armand me ha dado un lugar a su mesa. Compartiré su fortuna… su posición.
Isolde lo miró con una mezcla de emoción y miedo. El brillo de ambición en él era nuevo, y eso la excitaba y la inquietaba por igual.
—¿Y yo? —susurró—. ¿Seré tu amante escondida en una casa que no será nuestra?
Pierre rió con un sonido ronco y profundo. La hizo recostarse nuevamente y se colocó sobre ella, dejando que su cuerpo fuerte la atrapara. Su boca viajó por su cuello, su clavícula, su pecho. La tomó de las muñecas y las llevó hacia arriba, obligándola a rendirse de nuevo.
—Tú serás la señora de mi destino —dijo contra su vientre antes de descender más—. No quiero una amante secreta. Quiero a la mujer que me sostiene, la que me enloquece, la que me abre las piernas sin miedo.
Isolde soltó un pequeño sollozo de deseo cuando él llegó a su intimidad. Sus dedos se cerraron en el cabello oscuro de Pierre mientras su espalda se arqueaba. Lo sintió lamerla con firmeza, como si sellara la promesa con su lengua.
—Pierre… —jadeó ella— te pertenezco.
—Y yo a ti —respondió él, elevándose para entrar en ella sin más aviso.
Las sábanas volvieron a enredarse entre sus piernas. El sonido de sus cuerpos chocando llenó la alcoba con un ritmo decidido, casi impaciente, como si el nuevo futuro de ambos se declarara ahí mismo, entre gemidos.
Armand y Claudine:
En otra ala, el Duque descansaba en un sillón amplio, con el pecho desnudo y los muslos abiertos. Claudine, cubierta por una bata roja que mostraba más de lo que ocultaba, servía vino con movimientos lentos.
—Lo has conseguido, Armand —dijo ofrecéndole la copa—. Título intacto, tierras intactas… y ahora un socio dispuesto a sostener tus planes.
Armand bebió, pero no terminó el sorbo: vació la copa en la boca de ella y luego la dejó caer al suelo. De un tirón la atrajo sobre sus rodillas, haciéndola gemir al sentir su dureza bajo la seda.
—Lo he conseguido porque te tengo a ti —murmuró contra su boca—. Has jugado mejor que cualquiera en París. Y me enciende que lo hagas.
Claudine apretó los labios con una sonrisa peligrosa. Movió las caderas sobre él de forma lenta, casi cruel, haciéndolo gruñir.
—Deberías tener cuidado, mi señor —susurró mientras abría su bata y guiaba la mano de Armand a uno de sus pechos—. Una mujer que piensa demasiado puede destronarte sin levantar la voz.
—Y una mujer que se mueve así puede destruir mi voluntad —gruñó él, tomándola de la nuca y besándola con fuerza—. Por eso no pienso dejarte ir.
La levantó con sus manos grandes y la bajó sobre su erección. Claudine soltó un gemido alto que se mezcló con el crujido del sillón. Él la sujetó de las caderas y la hizo cabalgar sin compasión, disfrutando cómo su cabello negro azabache y desordenado le caía sobre sus pechos erguidos.
—Más —pidió ella—. Más fuerte.
Armand obedeció, fascinado por lo insaciable que era. Cada movimiento era un pacto: sexo, poder, territorio, ambición compartida.
Claudine tomó su rostro entre las manos mientras lo montaba.
—Seremos invencibles —dijo jadeando—. Tú y yo. Aunque arda Francia entera.
—Que arda —respondió él con una sonrisa torcida—. Nosotros arderemos mejor.
En la mansión catalana, dos parejas distintas se entregaban al mismo destino. En un lado, amor y ambición mezclados con sudor. En el otro, poder y deseo hechos uno. Entre sábanas húmedas y copas rotas, el futuro se definía con cuerpos unidos, respiración acelerada y decisiones que ya no podrían deshacerse.
Brillante. Peligroso. Compartido. Y marcado por la lujuria vuelta amor de una noche que ninguno olvidaría.
Continuara...

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