Sombras de Nashville - Capítulo 2.



Sombras de Nashville 

Por: Dirk Kelly


Capítulo 2 – Ecos del Último Track

 


El departamento de Travis Dean olía a polvo viejo, cables pelados y silencio acumulado durante demasiados años. No era la primera vez que Jon pisaba ese lugar, pero sí la única en la que la presencia de la muerte lo hacía sonar distinto, como una canción desafinada que alguien hubiera dejado repitiéndose en una habitación cerrada.


Las paredes parecían escuchar.Cada paso levantaba un eco breve, nervioso, como si el piso no estuviera del todo convencido de sostenerlos.


Sienna se agachó junto al equipo de grabación. El cuero de su chaqueta crujió suavemente, un sonido íntimo, casi obsceno en aquel ambiente quieto. Sus movimientos eran precisos, pero había algo en la forma en que se inclinaba, en cómo el cabello le caía sobre un hombro, que tensaba el aire alrededor. El tatuaje asomó apenas por su cadera: una clave de sol entrelazada con un nombre. Oscuro. Personal. Demasiado cargado de intención para ser decorativo.


Jon no pudo evitar mirarlo otra vez.


El símbolo le golpeó la memoria como un martillo lento.


No por lo que era, sino por lo que sugería.


Un vínculo.


Una promesa.


O una herida que nunca había terminado de cerrar.


"J."


La letra parecía latir bajo la piel de Sienna, como si no fuera tinta sino una marca viva, un reclamo silencioso. Jon tragó saliva. Sintió una presión incómoda en el pecho, una mezcla de deseo y presentimiento, esa sensación peligrosa de saber que algo —o alguien— estaba a punto de arrastrarlo más profundo de lo que pretendía.


—El equipo sigue conectado —murmuró ella, sin mirarlo—. Como si Travis pensara volver en cualquier momento.


Jon observó los cables, las luces apagadas, los micrófonos mudos. Todo estaba preparado para registrar sonidos… confesiones… gemidos… o gritos.


La idea le recorrió la espalda como un escalofrío lento.


El silencio del departamento no era vacío.


Era expectante.


Y entre ellos, flotando como una nota sostenida demasiado tiempo, había una tensión que no tenía nombre aún: algo oscuro, cargado de deseo, peligro y preguntas.


El tatuaje de ella era el mismo que él tenía en la parte interna del brazo, donde nadie podía verlo si no lo desnudaba con tiempo.


—Aquí fue —dijo ella, conectando un disco duro a la vieja Mac de Travis—. Aquí guardaba todo. Tus maquetas, nuestras grabaciones… y ese audio.


Jon la observó en silencio. El reflejo de la pantalla azul iluminaba sus rasgos, volviéndola irreal. Peligrosamente hermosa. Como una canción que empieza dulce y termina disparando.


—¿Qué audio?


Sienna no respondió. Reprodujo un archivo. Una conversación grabada en baja calidad, distorsionada, pero clara:


> VOZ 1 (Travis): “No puedes lanzar eso sin su permiso, joder. Lo va a matar.”

> VOZ 2 (hombre, desconocido): “O lo va a hacer famoso. ¿No es eso lo que quiere? Que el mundo sepa quién es realmente... lo que hizo.”

> VOZ 1: “Si lo descubren, van a saber lo del incendio. Lo de ella.”


El archivo se cortó abruptamente.


Jon palideció.


—¿El incendio? —preguntó, como si no lo recordara, pero con la mandíbula tensa como una cuerda rota.


Sienna cerró la laptop, se giró y lo miró fijamente.


—La cabaña en Franklin, Jon. ¿Creías que lo había olvidado?


Él se apoyó contra la pared, la mano en la nuca, la respiración irregular.


—Aquello fue un accidente. Tú lo sabes.


—¿Y Travis también lo sabía?


Silencio. Solo el zumbido del ventilador en la esquina y el golpeteo de la lluvia contra las persianas.


—Éramos jóvenes, Sienna. Tú estabas fuera de control, yo estaba... jodido. —Jon la miró como quien suplica sin pedir perdón—. Fue una noche. Solo una. Pero esa mujer...


—...Murió por nuestra culpa —terminó ella. Sus ojos eran hielo derretido.


Se acercó a él. Demasiado. El aire entre sus cuerpos era estático. Cargado.


—¿La grabaste esa noche? —preguntó.


—No. Pero Travis tenía acceso a los archivos del estudio. Y sí… había una toma, una canción. Esa que escribí al día siguiente. La única vez que lloré mientras grababa. Nunca la lancé. Nunca se la mostré a nadie.


—Entonces dime por qué alguien la quería.


Jon la empujó contra la mesa, pero no con violencia. Con necesidad. Su boca buscó la de ella como si esa fuera la única forma de purgar lo que acababan de remover. Ella respondió igual. Salvaje. Con rabia. Con memoria.


Los cuerpos se buscaron con desesperación, como si el sexo pudiera limpiar la sangre del pasado. Como si dos culpables pudieran redimirse a través del deseo. Como si amarse otra vez pudiera borrar el fuego.


Cuando se separaron, sudorosos, respirando como si hubieran corrido por su vida, Sienna habló primero.


—Esa canción, Jon… si alguien más la tiene, van a saber que no fue un incendio fortuito.


Él asintió, serio.


—Y van a saber que no fue un accidente.


En ese momento, el celular de Sienna vibró. Un número desconocido. Un solo mensaje.


> “La canción ya está en el aire. Escúchala en 97.3 FM. Buenas noches, estrella.”


Sienna lo mostró. Jon lo leyó. Y entonces, como un disparo en el alma, supo que el pasado había dejado de ser solo historia.


Ahora era prueba.


Y Nashville estaba a punto de escuchar la verdad... con guitarras y todo.



Continuara...







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